Participante: Ximena Migues, del blog Marujas Modernas
Si ya es difícil independizarse cuando te vas de casa de tus padres por primera vez, con ese trágico momento en el que descubres que la ropa no aparece limpia y doblada en la cama de tu habitación por arte de magia, os podréis imaginar la dificultad añadida que supone hacerlo a un país extranjero con un idioma diferente.
Con mi pequeño mundo en una maleta de viaje aterricé yo en el Aeropuerto de East Midlands, Inglaterra. Con la cara de cachorro asustado y una dirección apuntada en un post-it. Me disponía a vivir los próximos meses trabajando por las mañanas y estudiando Inglés por las tardes en la ciudad de Nottingham. Cuando estás de Erasmus debes ser muy autosuficiente, ¡tienes que encargarte de todo lo que no hacías en casa! Hoy en día puedo considerarme todo un experto en coladas, pero aún recuerdo con humor y nostalgia la primera vez que puse una lavadora, y fue a más de 1.000km de casa.
Todo empezó cuando vi la ropa de mi compañera de piso mientras tendía. No sé si sería por el tipo de agua o porque mi compañera no tenía costumbre de utilizar suavizante (o porque ella tampoco tenía un Máster en Centrifugados), pero la ropa salía bastante tiesa y blanquecina.
Haciendo méritos para causar una buena impresión, decidí ir a comprar suavizante para mejorar la colada de ambos, y me fui a un supermercado que no quedaba muy lejos.
Una vez allí, llegué al pasillo de detergentes, jabones y demás, y para escoger el suavizante decidí optar por uno que dejase buen olor a la ropa. El ganador fue un bote de litro de color rosa que tenía un niño de ojos azules sobre una pila de toallas de aspecto esponjoso. Además de su fresco olor, el rótulo “extra soft” (extra suave en inglés) fue lo que me cautivó por completo.
Estando ya en casa, estaba yo terminando de poner la lavadora, y acababa de iniciar el ciclo cuando entró mi compañera. Me miró y dejó escapar una tímida risita que pronto se convirtió en una gran carcajada al ver una espuma blanca y llena de burbujas de jabón que salía de la tapa de la lavadora. ¡Hasta se sentó en el suelo a reírse! Como pude, le pregunté que qué era tan gracioso y ella, mientras se secaba las lágrimas, me respondió que, aunque el formato fuera similar a los suavizantes de España, acababa de echar a toda mi ropa un champú infantil. En mi defensa debo decir que lo de “extra suave” era cierto, ¡mi ropa salió mejor que nunca! Y os aseguro que aprendí la palabra “fabric softener”(suavizante), y no se me olvidará en la vida!!
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